A diferencia de lo que mucha gente piensa, no dejamos de jugar porque estemos haciéndonos mayores o envejeciendo. El problema es que envejecemos desde el mismo momento en que dejamos de jugar. Es decir, el juego no es una actividad dirigida solamente a niños, también a los adultos.
¡Jugar a cualquier edad!
Con el paso del tiempo, parece que se nos olvida qué es eso de jugar y cómo se hace. Creemos que debemos dejarlo atrás en un momento determinado de nuestra vida porque el juego es solo cosa de niños y estamos totalmente equivocados. Al dejar de jugar, perdemos capacidad de creación, lo que da lugar a una falta de actividad mental. El juego nos permite juntar el mundo real con el de la fantasía.
A medida que crecemos lo único que debe cambiar es el tipo de juego y su estructura. Debemos seguir jugando pero con juguetes o juegos adaptados a personas de mayor edad. El juego es la primera actividad que aporta un gran aprendizaje a los niños. Tienen un mayor margen para aprender cosas nuevas. A través del juego, se desarrolla el sistema cognitivo y emocional. Pero a lo largo de nuestra vida, el ser humano no deja de aprender y jugar y, con ello, su cerebro se estanca. Los individuos no debemos ponernos límites en el campo del aprendizaje.
Otra consecuencia negativa de dejar de jugar es que tenemos mayor dificultad para canalizar los enfados y la agresividad natural del ser humano. Los niños que dedican más tiempo a ver la televisión se vuelven más agresivos, al igual que ocurre con los adultos que dejan de jugar, tal y como afirman varios estudios.
Si queremos estar completamente seguros de los beneficios del juego, lo único que debemos hacer es recuperar las tradiciones. Podemos jugar solos, con nuestras parejas o amigos o, incluso, con nuestros propios hijos, nietos, sobrinos, etc. En el momento en que recuperamos el espíritu y las ganas de jugar, nuestra calidad de vida mejora notablemente, tal y como afirmó el escritor George Bernard Shaw. Por ello, las terapias psicológicas actuales en adultos están basadas en el juego, ya que es una gran disciplina que consigue mejorar los niveles de autoestima, la confianza en sí mismo y la capacidad de resolver conflictos.